Cada vez me cuesta más salir a
dar un paseo por la calle. Y no por pereza, me encanta pasear, deambular sin
rumbo, mientras sin rumbo deambulan mis pensamientos. Me parece un placer muy
agradable. Sin embargo, cada vez me cuesta más salir a pasear. Voy a contar
porqué:
Hoy como muchos días he salido a
dar un paseo. Iba tranquilo, con la mente despejada y observando a mi
alrededor. Almendros y ciruelos abriendo sus flores, coches pitando, pajarillos
bebiendo en fuentes apagadas para ahorrar energía. Y por qué no, algún
excremento canino que ha de ser sorteado. Lo normal.
El caso es que he pasado por un
parque, y alli estaba él. Un señor mayor, de unos setenta años, enjuto, pelo
blanco, gafas de sol de cristal marrón, ropa limpia y aseado. Estaba de pie,
ligeramente inclinado hacia delante, encima de una papelera. Sus manos
rebuscaban con dedos ansiosos, en los arrugados paquetes de tabaco, el último
cigarrillo que alguien pudo tirar sin querer. Me ha dado lastima, me ha dado
lastima que alguien a tan avanzada edad se vea obligado a rebuscar en la basura
uno de los pocos placeres que le quedan en la vida. Me ha dado lastima que un
anciano busque un cigarro en la basura. No solo por lo atado que debía de estar
a su vicio, como para perder parte de su dignidad rebuscándolo entre
desperdicios. Me ha dado pena que un señor de setenta y pico años, un hombre que
nació en la posguerra, que seguramente conoció el hambre y la privación en
inviernos de mucho frío y poco carbón, un hombre que probablemente comenzase a
trabajar con ocho o nueve años segando o de aprendiz en algún taller, después
de trabajar durante casi sesenta años no tenga dinero para un mísero cigarro
que alivie sus penas.
Pero esta historia en sí no es
triste. Lo triste es que los últimos meses no es el primero que veo. Y este era
el que mejor estaba. Son ya varias personas las que he visto rebuscando a plena
luz del día en los cubos de la basura. Buscando tesoros macilentos, una
mandarina mohosa, un trozo de pan correoso. Y no solo viejos de míseras pensiones,
victimas de patrones que quisieron cotizar lo mínimo y de un Estado de grandes
calculos y poco amor por sus ciudadanos. También gente de treinta o treinta y
cinco años. Gente en la plenitud de sus fuerzas y facultades, probablemente
padres de familia en paro, agobiados por hipotecas. Gente joven que no solo ha
perdido el trabajo también en muchas ocasiones el futuro.
Pero no solo me da pena salir a
pasear. También me da miedo. Me da miedo porque no hago nada más que cruzarme
con gente de mi edad, gente joven, que como yo quema el tiempo diario paseando
en lugar de trabajando. Y me da miedo por la gente que busca en la basura. No
me da miedo porque me vayan a robar, no son delincuentes, son gente como yo, del
barrio. Gente humilde y honrada, mucho más honrada que alguno que están ahora
en su despacho con camisa de seda y las llaves del BMW en el bolsillo. Gente
que ha perdido su trabajo, muchos de ellos chavales a los que cegaron los
espejismos de un trabajo seguro cuando a los dieciséis años dejaron los
estudios para ir a la obra. Otros, profesionales cualificados, con sus módulos
Formación Profesional o sus carreras. Por ello no me da miedo que me roben, al
robo no impulsa la pobreza. Al robo impulsa la avaricia y al falta de
escrúpulos. Pocos son los se ven forzados a robar por necesidad a otra persona,
antes pedirán, irán a la iglesia o alguna Ong. Y de tener que robar será
una trozo pan en algún supermercado. Lo que me da miedo es que esa gente que
rebusca en la basura son gente como yo. Gente en la que me puedo convertir
mañana mismo.
Hemos vivido mucho tiempo
ignorando la pobreza, designándola eufemísticamente como "cuarto mundo". Pobres
borrachos o enfermos mentales que dormían en un cajero automático. Seres
despreciables que huelen mal.
Pero esa imagen de la pobreza
nunca fue cierta y hoy menos que nunca. Estos pobres en mucho casos no beben,
buscan trabajo, pero ¿como encontrarlo sin casa y sin ropa limpia? Algunos han
acabado así tras alguna depresión, otros son padres divorciados que no pueden costearse
vivir solos, y cerca del 10% tiene estudios universitarios.
Pero no es solo esa pobreza. Según
el informe Exclusión y desarrollo social
2012 de Foessa el 22% de los hogares españoles están por debajo del umbral de
la pobreza. La quinta parte de la población española. Es fácil que esa brecha
aumente. Quizá ese 22% todavía no busque en la basura, quizá todavía no vivan
en la calle, aunque muchos han perdido sus hogares y han sido recogidos por
familiares. En otros casos comparten piso varias familias. Sencillamente es gente
en paro. Gente honrada y trabajadora que han perdido su trabajo. Pero no
pensemos en gente que opto por el camino fácil de no estudiar y ganar dinero
trabajando en cualquier cosa. Hace poco
un responsable de Caritas en Murcia declaraba, no solo el aumento de persona
atendidas, (millón y medio en 2010) sino
también el cambio en el perfil; pequeños empresarios que han quebrado, autónomos
sin trabajo y parejas con estudios superiores en paro que no pueden pagar la
hipoteca.
Es por eso por lo que me da miedo salir a pasear entre
gente que rebusca en la basura, por sé que quizá mañana yo, o alguien que me
importe, puede acabar igual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario