El jueves pasado esta viendo con mis padres “Cuéntame”.
Para mis lectores extranjeros aclararles que es una serie televisiva que repasa
la historia de España a través de la vida de una familia que oscila entre la
clase media baja y la media alta con una asombrosa facilidad. Para los lectores
españoles ya saben que me refiero a esa seria de ciencia ficción en la que el
tiempo histórico transcurre a una velocidad mucho mayor que la vida de sus
protagonistas, gracias a la ruptura del continuo espacio tiempo creada por el
vórtice de laca que gira en torno al moño de la inmortal Doña Herminia.
Pues lo interesante del caso es
que el capítulo en cuestión reproducía los hechos del golpe de estado del 23 de
febrero de 1981, en el que un grupo de Guardias Civiles secuestran el Congreso.
Al final de capítulo se veían imágenes y extractos de declaraciones de los
Diputados secuestrados. Y la verdad no pude dejar de sentir cierta admiración.
Esos diputados, en mayor o menos medida habían decidido dedicarse a la política,
con el objetivo de llevar nuestro país a la democracia, a sabiendas de que
había gente armada a la que no le gustaba eso. No sólo eso, sino que además
muchos habían hecho lo que estaba en su mano durante la dictadura para
conseguir un cambio político, gente que desde la clandestinidad maquinaba, con
dispar eficacia, como cambiar un régimen dictatorial.
Y pensé ¡que diferencia con los
políticos de ahora! La política a dejado de ser para mucho políticos una
actividad dedicada a construir un mundo mejor, cada uno desde sus ideas sobre
que es un mundo mejor, para convertirse en una mera profesión lucrativa. Ya Max
Weber en su obra El político y el científico allá por 1918, decía que había dos
tipos de políticos; los que viven para la política y los que deciden vivir de
la política. Y sinceramente puedo admirar a los primeros, son un ejemplo de
honestidad, valentía y compromiso, los segundos no son sino manojos de ruindad,
mezquindad y rapiña. La nobleza frente a la vileza.
Y desee que en mi país hubiera
muchos de los primeros y topos de los segundos. En teoría estamos en una
democracia y podríamos dar nuestro voto únicamente a la gente honrada. Pero no
nos engañemos, ni los ciudadanos tenemos tiempo para estudiar la vida de cada
candidato, ni es fácil escapar al engaños, del que con piel de cordero pretende
medrar a costa del rebaño. No es fácil tampoco para esos políticos honestos,
que para subir en las listas, en la jerarquía del partido, hasta ser diputados,
o alcaldes o ministros, sólo les queda la vil servidumbre. Servidumbre frente a
la cual no son pocos los que se revelan, los que teniendo vocación y ganas de
hacer un mundo mejor, huyen espantados del dantesco y miserable panorama de la
política interna de los partidos. De ese vasallaje abyecto del que busca un
buen árbol a cuya sombra cobijarse y medrar.
Pero si no es fácil incluir a los
nobles, quizá si lo seria deshacerse de los innobles. Todo aquel que sólo busca
el beneficio personal, poco esta dispuesto a arriesgar. El dinero es un ideal
bajo y es posible conseguirlo de mucho modos. Por tanto si queremos que
nuestros políticos sean gente de valores, reduzcamos la recompensa para
espantar al que solo desee medrar. Y no digo bajar sueldos, ni hacerlos tan
bajos que sólo el rico pueda dedicarse a la política. No, un Representante del
Pueblo merece una vida digna. Elevemos pues el precio a pagar para ser
Representante. Los griegos y romanos, los pueblos más sabios para el gobierno
no dudaron en cubrir de honores a sus sabios gobernantes, pero tampoco en castigar
con las más severas a quien se aprovechaba del cargo en su beneficio.
Por aquel que roba a erario
público, merece mucho mayor castigo que el que roba a un particular, pues no
roba a uno sino a todos. Porque aquel que usa lo público para su beneficio,
perjudicando al pueblo que le ha elegido, no sólo es corrupto, sino que ha
traicionado el bien general en aras del particular y como traidor debe ser
juzgado.
Y así temiendo el peligro,
temiendo las más severas de las penas, no sólo para el que traiciona, sino
también para el que instiga la traición, todos aquellos miserable que
únicamente buscan su beneficio huirán hacia oficios más seguros. No harán de la
política su profesión, ni intentaran enriquecerse a costa del pueblo. Y sólo
aquellos honrados, con ideales dedicaran su tiempo a la política, a conseguir
un mundo mejor, espoleados por la altura de sus ideales y por la inquebrantable
honradez del que no busca su bien sino el de sus semejantes. Con la honradez y
serenidad del que obra por amor, por amor a su patria y a sus convecinos.