Hoy les voy a contar un pequeña
anécdota. Un anécdota intrascendente y he de reconocer que poco interesante,
salvo que exista algún admirador/a secreto que le interese mi día a día.
Hoy por la tarde he salido a dar
un paseo. Me gusta pasear, especialmente en está época, con su ligera brisa, el
verde reluciente en las hojas de los árboles y esa explosión de color,
producida por centenares de flores tanto cultivadas, como esas duras flores
silvestres que consigues asomar la cabeza en este mundo de asfalto y hormigón.
El caso es que mientras paseaba,
he recordado que hacía ya unos días estaba pensando en adquirir un pequeño
cuaderno, de tapa dura, para tomar unos apuntes sobre diversos temas. Así pues,
he entrado a una papelería de una famosa cadena y he ojeado la más o menos
amplia variedad que tenían, alguno de ellos, debo decirlo bastante caros para
ser un simple cuaderno. Pero no me ha convencido lo que había y me he ido. Todo
esto sin cruzar una palabra con las dos uniformadas dependientas.
El caso es que he continuado con
mi paseo y deambulando por pequeñas callejuelas, por esas por las que
difícilmente pasas salvo que tengas que ir a lago en concreto me he topado con
una vieja papelería. Una papelería especial para mí. De pequeño mi madre solía
comprar allí los libros de texto. Bueno en realidad no era tan pequeñito. Antes
los compraba en otra, (Legavel se llamaba) un poco más cerca de casa y
regentada por una simpática ancianita. Una de esas papelerías de estanterías
repletas de los más diversos objetos, desde compases hasta borradores, pasando
por reglas de todo tipo, mapas mudos, plumas etc. Una pequeña tienda oscura, de
muebles de madera vieja y mostrador desgastado. Un local de olor a borrador de
“nata” y aroma a la madera fresca de lápices afilados. Y como digo una
ancianita diligente que conseguía los libros de texto de un día para otro. Y
créanme no era tarea fácil, siempre había alguno agotado en el almacén y otras
librerías tardaban hasta más de una semana en conseguirlo. Pero la anciana se
jubiló y el negocio cerro sus puertas para siempre. Lastima.
Así pues pasé a ser cliente de la papelería que he
encontrado esta tarde. Con los años deje de usar libros de texto, pero aun así
me acercaba de vez en cuando. Durante los años de la facultad siempre hacen
falta unos folios, un recambio de minas o algo similar. Y aunque solía
comprarlo en la papelería de la facultad, por simple comodidad, aun acudía de
vez en cuando a esa escondida papelería de barrio, siempre se olvida algo.
Además el establecimiento, ligeramente modernizado pero sin perder su esencia
de comercio de barrio, hacía recargas a móviles. Pero el fin de mi vida como
estudiante y mi paso a contrato en el celular hizo que dejara de pasar por
allí.
El caso es que como quería un
cuaderno, además de unos recambios de tinta para mi humilde estilográfica[1],
he entrado a la tienda. Y el hombre me ha reconocido. Nunca supe su nombre y el
probablemente tampoco el mío. Pero se le ha alegrado al cara, y como
consecuencia a mi también, y me atendido de la forma más amable posible. Ni que
decir tiene que le comprado lo que necesitaba. Y esta pequeña anécdota me ha
hecho reafirmarme en mi apoyo al comercio de barrio. Sé que siempre no es
posible, que los horarios de la tienda de la esquina muchas veces no son
compatibles con infernales horarios de oficina que tenemos hoy en día. Y sé que
no siempre se encuentra todo lo que hace falta, el poco espacio, y porqué no
decirlo, la falta de público hace que muchas veces solo tengan lo básico. Pero
aun así a mi me gusta ir a las tiendas de barrio. Por varios motivos. El
primero porque como les digo me gusta pasear, y una calle vacía no invita al
paseo. Un barrio, una ciudad, una calle tienen que ser algo vivo. Y para salir
a la calle y ver gente tiene que haber comercio. Bares, panaderías, tiendas de
ropa y zapaterías en las que parar a ver escaparates, ultramarinos e incluso
bazares chinos. No me gustan esas urbanizaciones en las que uno para tomar un
café tiene que hacer varios kilómetros en coche (aunque admiro y envidio su
paz). El segundo por la cercanía, por la sonrisa del vecino que te reconoce y
que te necesita. Sí, te necesita, porque al señor del Mercadona vender al día
veinte barras de pan más o menos le da igual, pero a tu vecino el panadero no.
Y a ese vecino le necesitas tú, a ese comerciante que te conoce de toda la vida
y si se te olvida el dinero o no te alcanza no tiene inconveniente en que le
pagues mañana o pasado. Y eso por no hablar del bar, muchas veces segunda casa
para algunos. No es igual una cerveza en un cien montaditos o similar que en el
bar donde el camarero te conoce de siempre (en tus mejores y “peores” momentos)
si es usted asiduo a los bares, me entiende. Y el tercero porque matar al
pequeño comercio no sólo es malo para la economía, es matar un tipo de economía.
La economía del pequeño comerciante que vive de sí mismo, una economía de gente
humilde pero libre, no sujeta a los dictados de empresarios a los que en muchas
ocasiones les importa poco o nada la vida de sus empleados. Es matar una economía
más justa y digna para el ser humano. La del pequeño propietario que gana su
pan con el sudor de su frente. Es matar lo poco que nos queda de comunidad, de
conocer al vecino. Es matar la vida de los barrios para sustituirla por
migraciones masivas a centros comerciales impersonales y aglomerados de gente.
Así pues, me alegro de que en la
gran cadena de papelería no hubiese lo que yo buscaba, y me alegro de haberme
reencontrado con mi papelería de siempre. Creo que volveré pronto.
[1]
A quien piense que eso de usar pluma es de pijos pretenciosos, le diré que
quizá, pero que no es mi caso. A los que nos gusta escribir nos gusta usar
bolígrafos de tinta liquida, tipo “pilot” pues se deslizan mejor que los tipo
“Bic cristal” (con todos mis respetos a tan útil diseño) El caso es que los
bolígrafos “pilot” son caros y cuando se gastan los tiras a la basura. Una
pluma la puede conseguir por quince euros o algo menos que es el equivalente al
precio de unos diez bolígrafos “pilot”. La diferencia es que cuando el
bolígrafo se te gasta lo tiras, con lo que un montón de plástico y metal se va
a la basura, la pluma la conservas con lo que es más ecológica. Además como los
cartuchos de tinta para pluma son muy baratos (10-15 céntimos) a la larga le
sale a uno más económico usar estilográfica.